EL ARBUSTO
- astrid724
- 24 may 2022
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 21 jun 2022
El año en que nos mudamos a nuestra nueva casa los vecinos nos regalaron un arbusto de salvia. Su color púrpura se veía hermoso en nuestro jardín.
El primer año, al llegar la primavera, mi esposo y yo cuidamos las plantas y nos aseguramos de podarlas y eliminar la mala hierba, tal como nos habían explicado. La salvia floreció y se puso muy bella. Al llegar el segundo año no le invertimos tanto tiempo. Desde mi ventana podía ver la mala hierba creciendo al lado de la salvia y pensaba: “Lo haré luego… más adelante saldré y quitaré la mala hierba”.
El tiempo pasó y olvidé por completo el tema de la salvia. Cuando me di cuenta, la mala hierba había echado a perder por completo la planta. Simplemente se secó. Nunca creí que la llegaría a asfixiar de esa forma.
Recuerdo en mi juventud ver con asombro cómo mis amigos comenzaron a andar en malos pasos y a meterse en problemas. Los veía y me preocupaba su situación. No pasó mucho tiempo cuando, casi sin darme cuenta, lo que antes me parecía equivocado llegó a ser normal y yo también me metí en grandes problemas.
En nuestra vida cotidiana también existe la mala hierba, y en ocasiones es difícil reconocerla. Puede tomar la forma de un amigo o amiga, de una mala relación o de un programa de televisión que sabemos que no edifica. La correlación es real, lo que nos rodea nos influye, sea para bien o para mal.
El Señor, como buen padre, nos advierte que “las malas compañías corrompen las buenas costumbres”. La pregunta es ¿qué haremos? ¿Dejaremos allí la mala hierba o seremos diligentes en sacarla de nuestra vida? El fruto de ambas cosas será evidente y no tardará en salir a la luz.
No se dejen engañar:
«Las malas compañías corrompen las buenas costumbres».
1 Corintios 15:33
© Astrid Gale
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